En los muchos trabajos que tuvo Lidia durante su estadía en Chile, pudo constatar que los que ejercen mayor grado de maltrato laboral en los migrantes bolivianos «son los mismos paisanos que ya tienen más platica o los peruanos».
Jornadas laborales de hasta 16 horas y con mala alimentación, así es como migrantes bolivianos en Chile restan las malas experiencias de muchos de sus connacionales que se trasladan hasta el país vecino con la esperanza de cumplir sus sueños y, en varios casos, sostener a los padres, abuelos e hijos que dejan en Bolivia con el anhelo de un mundo mejor.
LIDIA
Así comenzó la experiencia de Lidia L. cuando viajó a Santiago de Chile en 2018, después de haber perdido su casa a causa de una deuda bancaria, que acabó por rematar su propiedad y mutilar sus sueños.
Sin documentos, con el dinero justo para comer y sin siquiera haber googleado algo sobre Chile, Lidia cae en manos de Ramón, un peruano que se estableció en Santiago hace al menos ocho años llegando incluso a tener su negocio propio, una pensión cuyos clientes eran en su mayoría migrantes de su país, colombianos y bolivianos.
Una «amiga» le había recomendado que llegando a dicha ciudad busque a Ramón ya que este solía emplear a muchas jovencitas como cocineras, ayudantes de cocina y meseras en su pensión. Al llegar a este establecimiento, Lidia se sorprendió por la gran amabilidad que este hombre le mostró, pues además de darle la bienvenida le ofreció un plato de comida y hasta le ofreció alojamiento en unos cuartos que pertenecían a la misma propiedad del establecimiento.
Lidia accedió a quedarse y, después de un día de paseo por las calles centrales De Santiago junto con Ramón empezaría a trabajar en esta pensión.
«Al principio era muy amable, se supone que yo debía atender las mesas y limpiar. Ramón era muy amable conmigo, pero ahora me doy cuenta que quizá era demasiado amistoso. Nunca me pregunté porqué si era tan amable, las demás trabajadoras le ponían mala cara y lo miraban con miedo. Además contrataba solo mujeres».
Con el tiempo, Lidia fue hallando atractivo a Ramón, no sabe si por la amabilidad o lo «generoso» que había sido con ella desde el primer día. Iniciaron una relación amorosa después de un mes de trabajo y hasta que finalizó el tercer mes de trabajo, a los dos meses de relación, todo iba bien.
SIN SALARIO
Al finalizar el tercer mes de trabajo, a Lidia no recibió el salario que acordó con Ramón desde el primer día. Hasta entonces, este hombre le pidió «paciencia» con estos pagos debido a que, según él, el negocio no esta rindiendo muy bien y las ventas cada vez disminuían.
El problema para Lidia es que había dejado a su madre y a su hija de dos años en Cochabamba, Bolivia, a la espera de dinero para poder sostenerse.
«Al principio trataba de reclamarle amablemente, le explicaba mi situación y la de la familia que dejé en Bolivia, pero sus excusas eran siempre las mismas, que no había dinero, los ingresos no eran suficientes, y que tenía que pagar el salario de las demás trabajadoras porque como conmigo tenía confianza entonces sabía que yo no le iba a poner mucho problemas y mucho menos denuncias».
Entre excusas y repentinos cambios de humor, pasó un mes mas, sin salario y sin la posibilidad de poder comunicarse tan seguido con su madre e hija en Bolivia.
Ella trato de hablarle amablemente sobre sus necesidades, y fue allí cuando Ramón explotó y le dijo que podía irse cuando quisiera, pero que no le pagaría sin importar dónde se quejara.
Durante los primeros meses en Chile, Lidia jamás se preocupó por regularizar su situación en el país vecino. De hecho, Ramón siempre le decía que residir en la pensión era la forma más segura de que los oficiales de migración no la cuestionaran.
Lidia no solo sufrió abuso laboral, sino también físico. Al echarla, Ramón la golpeó propinándole varios puñetes y patadas, e incluso amenazó con derramar aceite caliente en su rostro si no se iba de inmediato. Tuvo que salir corriendo a pedir ayuda a las calles.
«Sospecho que Ramón tiene negocios con drogas u otro tipo de cosas malas, porque toda la gente de ese barrio e incluso gente que viene de otras ciudades le tiene mucho miedo. Por eso cuando golpea mujeres o tiene discusiones y peleas incluso en al calle, nadie le dice nada ni se meten, solo miran».
SUEÑOS
No pude cumplir mis sueños, pero de a poco me aproximo a un salario digno trabajando aquí en Chile. Fui trabajando en otros lugares de comida y de confección de ropa.
Ahora pude encontrar trabajo en una residencia de ancianos, aunque con la pandemia solo puedo salir dos veces al mes, otro personal trae provisiones y todo lo necesario para los que viven aquí.
A veces pensamos que la vida será como una película en la que todo sale bien cuando migras a otro país, pero la verdad es que el hambre, el frío y los malos tratos son el pan de cada día, incluso hasta hoy. Hay chilenos que se indignan cuando nos ven trabajando en su país.
REALIDAD
Lidia conoció muchos migrantes bolivianos en Chile en los últimos años, a pesar de la pandemia. Ya que algunos crearon organizaciones para ayudarse a sí mismos en cuanto a comida y medicamentos.
«En los días más críticos de la pandemia nos reuníamos en locales grandes y comíamos de ollas comunes y a veces los médicos de la Cruz Roja iban a revisarnos y a ver si no teníamos COVID».
En los muchos trabajos que tuvo Lidia durante su estadía en Chile, pudo constatar que los que ejercen mayor grado de maltrato laboral en los migrantes bolivianos «son los mismos paisanos que ya tienen más platica o los peruanos».